En la sala de emergencia del Hospital Eugenio Espejo el ritmo de trabajo es frenético. Las experiencias se transforman en dramas que sólo las víctimas o sus parientes la sienten de verdad. Se ven pacientes que llegan llorando, con heridas graves o, muchas veces, inconscientes.
Los administradores de este aparente caos son los emergenciólogos, médicos que se especializan en organizar el trabajo durante los primeros momentos que el paciente pasa en la casa asistencial.
Su la labor es ardua, sacrificante y de mucha responsabilidad; reciben varios pacientes diarios, realizan la primera evaluación, deciden a quiénes hay que atender primero, quiénes pueden esperar y qué especialista se debe ocupar del enfermo o herido.
Disponen de un equipo de cirujanos generales, neurocirujanos, traumatólogos, anestesiólogos y enfermeras.
Especialización nueva
La especialidad como emergenciólogo es, prácticamente, nueva en el Ecuador. La primera promoción salió de la Universidad Central hace cinco años.
Trabajan según un código de colores. Los pacientes ‘verdes’ sólo tienen heridas sencillas, los ‘amarillos’ tienen varios órganos afectados, pero pueden soportar un tiempo sin peligro de muerte. Los ‘rojos’, en cambio, son los que pueden fallecer si es que no reciben la atención apropiada.
“Tenemos que distinguir rápidamente quiénes necesitan más atención. Los que están más graves pueden morir en minutos y otros aguantar más tiempo. Nuestro trabajo es como un deporte extremo; es una descarga de adrenalina”, manifiesta Mario Pancho quien fue uno de los primeros 18 médicos del país que se graduaron como emergenciólogos.
El dolor no se olvida
La labor de los emergenciólogos deja huellas emocionales y a veces difíciles de olvidar. Es así que estudios internacionales demuestran que éstos son los médicos con más problemas familiares, enfermedades y depresiones. Dicho fenómeno es conocido, en términos clínicos, como el Síndrome de Aniquilamiento, y en el hospital Eugenio Espejo es una amenaza latente, según Mario Pancho. “Hace algunos años un compañero no soportó la presión y se suicidó. A pesar de aquello, nosotros tenemos que seguir adelante y aprender a controlar nuestras emociones, además de ser solidarios” afirma.
Cada uno de los profesionales de la sala de emergencia tienen su propia manera de manejar la tristeza que les ‘golpea’ cada vez que fallece un paciente a pesar de sus esfuerzos.
Los contratiempos
Puede existir la voluntad de curar enfermedades y de salvar vidas por parte de los emergenciólogos, pero, muchas veces, la falta de equipajes y de personal condicionan la efectiva labor. Por ejemplo, en el Hospital Eugenio Espejo, las treinta camas que están en la sala de emergencia son, en ocasiones, insuficientes para el número de gente que ingresa al lugar, al igual que la cantidad de doctores, dice Santiago Cruz, médico del lugar.
Estas son situaciones que hacen que el estrés cunda en los parientes o encargados de las víctimas que esperan por atención, quienes, en algunos casos, reaccionan violentamente por la desesperación. En dichos casos es necesaria la intervención de los guardias y, también, la paciencia y tolerancia de los doctores para explicar la situación.
Trabajo imparable
La mayoría de las personas que llegan a la salas de emergencia son víctimas de accidentes y de violencia familiar. Los momentos más críticos se dan en las noches, sobre todo los viernes, sábados y lunes, a causa, comúnmente, del alcohol.
Los médicos emergenciólogos están listos para actuar en todo momento. Trabajan por turnos y a los más jóvenes les espera los días más fuertes. Santiago Cruz labora 24 horas cada tres días y según él, es imposible hacer bien el trabajo durante las últimas horas del turno. “Se empieza con toda la fuerza pero llega la noche y estás agotado. Es común que se produzcan errores, gracias a Dios no graves, pero coordinamos bien”, comenta.
Vale la pena
A pesar de las dificultades, Santiago Cruz afirma que nunca se arrepiente de haber optado por trabajar en la sala de emergencia.
“Pensé dos veces antes de hacerme emergenciólogo, pero esto es lo que quiero. Todos los días salvas la vida de alguien. Me hace sentir que estoy vivo y que estoy haciendo algo bueno con mi vida”, asegura.
100
pacientes llegan a la sala de emergencia del Hospital Eugenio Espejo cada día.
Cada 25 horas muere un paciente en la sala de emergencia.