Incertidumbre electoral

Los primeros síntomas de la campaña presidencial 2021 nacen con una carga de desidia y pesimismo. Entre el fuego cruzado de instituciones electorales (CNE) y de control (Contraloría) pues cualquier listado de presidenciables sigue prematuro y aglomerado de avaricias subjetivas; distante de resolver necesidades prioritarias o contribuir para hallar la vacuna que acabará con la propagación del coronavirus antes del día de elecciones; o diseñar la arquitectura de reconstrucción de la economía que podría detener la expansión del desempleo y hambruna que amplía la brecha entre pobres y ricos. Un mapa político opaco guiado por la brújula desconcertante de emociones pasajeras e impulsos pues el electorado responde al efecto natural del encierro durante una extensa cuarentena. Esto es ansiedad, angustia, miedo, tristeza y melancolía.

Desde ahora, el elector ya tiene dificultad para clarificar su presente, aceptar la fragilidad del ser humano y proyectarse a un imaginario de utopías. Al llegar a las urnas, el futuro en cuestión irá trazado por momentos de angustia. Con la desconfianza creciente ante la anomia de un Estado endeble, confuso, con instituciones débiles y corruptas, donde entra en acción la percepción ante el político que murió de un infarto fulminante mientras lo investigan por sobreprecios y tráfico de influencias. Una psiquis de aprobación o rechazo, el proyecto o el candidato; cuando la mente explota la tristeza y melancolía para interpretar el ejercicio de la política y el ciudadano de a pie opta por refugiarse en un pasado distante.

Este naciente proceso electoral está marcado por la tragedia y el colapso ético de la sociedad, la digitalización de la cultura, el teletrabajo experimental y lo complejo de seleccionar gobernantes en una crisis de salud, liderazgo y movilidad; un escenario escabroso para lanzar aventuras populistas, mesiánicas y demagogias con formatos que buscan responder a la ausencia y a los familiares de los fallecidos por Covid-19 y desatarse del oportunismo de la desinformación. El miedo y pánico en la enfermedad con mortalidad, persuade y convence a las audiencias. Por eso el discurso político actual tiene que incorporar la importancia de la solidaridad y la empatía a través de la fe y el rescate ético. Caben las respuestas sensatas a la discriminación, racismo, violencia doméstica y de género, xenofobia; sin descuidar la soberanía alimentaria y cuidado de nuestros ecosistemas. Porque siempre podremos empezar otra vez.

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