Se dice como cierto

Miguel Ángel Rengifo

Injustamente para Latacunga Don Pedro Fermín Cevallos, abogado, político e historiador ecuatoriano, subestima la acción y sucesos acontecidos la tarde del 11 de noviembre de 1820; “en aquellos instantes – escribe- se incorporan los asaltadores del pueblo, se ilumina de súbito las calles, porque entraba ya la noche; suenan las campanas con repetidos repiques; y reunidos todos en motín, arremeten contra el cuartel.

Casi en el mismo instante que mandó abrir las puertas del cuartel y descerrajar, a quema ropa, las pistolas de munición que se conocían entonces, también morales recibió otra descarga, a boca de cañón, que lo dejó hecho cadáver.

Amedrentadas sus tropas, con tan ligera desgracia, botaron las armas y fugaron por donde pudieron; y el pueblo, embriagado por este triunfo (…) quedó aún más embriagado con los licores que encontró en la Aguardientería”; Cevallos no encuentra mayor mérito en la toma del cuartel de Latacunga, expresiones y desestimas que laten en el imaginario colectivo por el desmedro de la educación cívica, venida a menos, en la memoria social actual de la ciudad bicentenario. Ignorar e improvisar son dos reacciones frecuentes en lo que vemos y hay que corregir convencidos en reconocer que los hechos históricos solventan nuestra identidad; ya anotamos anteriormente que los procesos de libertad acaecidos hace dos siglos responden a un cambio de conciencia, de pertenencia y pertinencia; desde inicios del siglo XVIII, con adelantados como Eugenio Espejo la fragua de libertad exigía en todo el territorio nacional acciones beligerantes en pro de libertades.

El hecho del 11 de noviembre no es el resultado de contagio del 9 de octubre guayaquileño, ni del 3 de noviembre de Cuenca, los diversos movimientos de rebeldía que se produjeron en el Asiento de san Vicente Mártir de Latacunga en el período de 1813 al 20 – etapa de pacificación- culminan en la gloriosa jornada del 11 de noviembre de 1820.

Exige el tiempo contemporáneo la conciencia de un cambio de época, no se exige la sobreprotección de la institucionalidad para ejercer civismo, esa clara dependencia cobra creces por los resultados inmediatos, la identidad de lo “latacungueño” evidencia la fragilidad de sus raíces, lo foráneo no atina a comprender lo que se considera como “nuestro”. Es demasiado espontáneo salir por los fueros a exigir identidad cuando el interés por re-conocernos en la historia no es una prioridad, es parte del desarrollo y es ineludible desmerecer una política pública local que nos permita rescatar la memoria social e histórica local.