Escuelita rural

LUIS REINOSO GARZON

Mis primeros estudios lo realicé en una Escuela de campo, un sector comunitario en donde las necesidades de la población eran apremiantes; el aula tenía una cubierta de paja adosada a la pared de la iglesia, no disponía de puertas, ventanas ni paredes; teníamos un solo pizarrón negro de madera para los 3 grados y alrededor de 30 alumnos, cada uno teníamos el libro de lectura, una pizarra de piedra con un lápiz especial que producía una escritura blanca que borrábamos con una almohadilla húmeda, los recreos disfrutábamos en una enorme plazoleta inclinada junto a la imponente iglesia de la localidad.

La profesora una mujer extraordinaria probablemente normalista colmada de paciencia que nos guiaba sentada en una vieja silla de madera con un largo carrizo en la mano, nunca nos castigó; se daba tiempo para todo, revisar el aseo de manos, cara, pies, corregir los deberes en las pizarras, tomaba lecciones para corregir la forma de hablar y la forma de comunicarnos entre estudiantes, nos enseñaba a saludar a nuestros padres y a toda persona mayor que nos encuentre en el camino, de manera especial a no tocar por nada del mundo las pertenencias de cada alumno; en suma nos implantaba valores y hábitos.

En la comunidad la profesora era un ente de progreso y desarrollo, hacía uso de los roles adquiridos en su formación pedagógica y que tenía que cumplir como: líder, planificador, orientador, promotor social; la solo presencia de la maestra era una garantía y respaldo de la comunidad que le tenían mucho respeto, afecto y cariño, como demostraban en sus reuniones de padres de familia en donde enseñaba a purificar el agua de la sequía, a preparar correctamente los alimentos, prevención de enfermedades, orientaciones sobre el comportamiento familiar.

Cuando terminé el tercer grado mis padres me matricularon en la Escuela Isidro Ayora de Latacunga, Qué tiempos aquellos: pero hoy se reabren las escuelitas rurales en donde estará el profesor no solo educando sino guiando a la comunidad.