Los candidatos II

No existe el patrón perfecto de la figura de un candidato. De acuerdo a las circunstancias políticas, económicas, sociales, etc., la gente busca diversas clases de gobernantes, cambiando de criterio constantemente. Recuerdo que antes de Correa los ecuatorianos decían estar cansados de gobernantes blandengues, pedían un presidente bien “fajado”, bien amarrado los pantalones hasta que llegó el “mashi” y pensó que el pueblo no estaba listo para la democracia y debía ser gobernado con botas, espuelas y “correa”, o sea.
El pueblo casi siempre está insatisfecho con lo que hay, y desea algo diferente. “La América es ingobernable para nosotros. El que sirve una revolución ara en el mar. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas”, dijo Simón Bolívar hace más de 190 años.
En países con alternabilidad en el poder se permite que los habitantes elijan al candidato de su preferencia, lo malo es que cuando el candidato llega al poder quiere eternizarse, y por experiencia sabemos que la búsqueda de una segunda reelección lleva, indefectiblemente, al desastre. El que un candidato sea bueno no garantiza que vaya a ser un buen estadista. Hay personas capacitadas que no llegarán a ganar una elección, y buenos candidatos que fracasaron como mandatarios. Nuestra historia está llena de personajes de esta sazón.
El candidato moderno dirige su equipo de trabajo bajo su mejor criterio, pero no debe pretender ser un todólogo -como se consideraban los caudillos anteriores- quienes escribían sus propios discursos, por temor a que se reproche que lee lo que otros han escrito, cuando es usual en otros países que se contrate a profesionales para que los escriban.